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Cenizas de Néstor
Cristina no sólo relegó a los hombres del ex
presidente sino que revirtió muchas de sus políticas.
Mito y cacerolas.
En voz baja circula una teoría que mixtura la política y el
psicoanálisis y que dice así: mientras Cristina construye a
Néstor como
un mito, destruye religiosamente cada una de sus
ideas y hombres de
confianza. Es relativamente fácil
argumentar la existencia real de esa
aparente contradicción,
pero muy difícil de comprender cuáles son las
razones.
Sin falsos pudores racionales la Presidenta instaló a Néstor
Kirchner
en el cielo y en el futuro. Con toda contundencia
dijo en La Matanza
que: “Me gustaría entrar en la historia
para reencontrarme con El”.
Hizo
levantar en el austero cementerio de Río Gallegos un
mausoleo digno de
una gran arquitecta egipcia a contramano
del desinterés por la elegancia
que Néstor mostró en vida.
Casi no hay cosa sobre la tierra argentina
que no haya sido
bautizado con el nombre de su ex marido. Desde el poder
se
fogoneó el intento de convertirlo en una estampita del
peronismo a
la altura de Perón y Evita, y por qué no del Che
Guevara, con perdón de
la herejía.
Cristina varias veces dijo que “El” murió por la Patria como
si hubiera caído en combate en Malvinas luchando contra los
ingleses o
en medio de la pobreza como San Martín o Belgrano.
Sin embargo, Cristina, con la excepción de Carlos Zannini,
su álter
ego legal, eyectó, desplazó e incluso persiguió a
los principales
compañeros de ruta de su esposo. De los que
integraron la línea
fundadora del grupo Calafate o el primer
gabinete casi no queda nadie en
pie. Aquella utopía de terminar
con el discurso único del
neoliberalismo menemista se reemplazó
por el Cristinato.
Antes se
rechazaban los hombres providenciales y se apostaba
al apotegma
peronista de que la organización vence al tiempo.
Ahora Cristina Eterna
es el único remedio eficaz para las
enfermedades de la Patria. Los más
sólidos intelectuales ligados
a Montoneros, caso Esteban Righi, Jorge
Taiana o Miguel Bonasso,
fueron degradados de mala manera, casi al borde
de arrancarles
las charreteras. De aquellos ministros a los actuales
hay abismos
conceptuales y de gestión. Alberto Fernández y Juan Manuel
Abal
Medina; Roberto Lavagna y Hernán Lorenzino; Rafael Bielsa y Héctor
Timerman son algunos ejemplos de boxeadores de distinto peso
intelectual
y, por lo tanto, incomparables.
No es mi objetivo criticar a Cristina elogiando a Néstor. Creo
que
son dos caras de la misma moneda del rencor de Estado y del
fuerte
crecimiento económico y social. Pero hay algo misterioso
en semejante
cambio. Kirchner siempre utilizó el término “pejotismo”,
peyorativamente, pero nunca se fue del partido. Cristina lo congeló
primero y ahora lo está reemplazando por un nuevo movimiento que
pasa
del Frente para la Victoria al espacio llamado “Unidos y
Organizados”.
Cristina tiene un comportamiento todavía más extremo.
Sin matices, cree
que la flexibilidad es una traición y no un
mérito en política. Cuando
odia y desprecia lo hace hasta el fin
de sus días.
Hay decenas de ejemplos, pero en las últimas horas afloró la
patoteada de Guillermo Moreno a Sandra González pese a que Néstor
había
logrado las simpatías de la defensora de los consumidores.
Con el tema
del biodiésel pasó algo parecido. Fue un negocio que
vislumbraron Néstor
y De Vido y que Axel Kiciloff y Cristina
estuvieron a punto de hundir
con su mala praxis. Al final,
reconocieron la torpeza y dieron marcha
atrás.
El resentimiento es el principal motor de Cristina y eso la lleva
a
cometer errores no forzados e incluso, desvíos ideológicos. Fue
capaz de
bendecir a Gerardo Martínez con tal de expulsar a Moyano,
incluso
después de que se supo de las actividades como espía al
servicio del
terrorismo de Estado del titular del gremio de los
albañiles. La CGT
oficialista da pena y vergüenza ajena: cada hora
hay un nuevo jefe, pero
todos saben que la única jefa es Ella.
Pragmatismo binario: odio y
amor. A favor o en contra de alguien.
Los socios por conveniencia de antes, ahora son enemigos por
necesidad. José Manuel de la Sota, Daniel Scioli y hasta Sergio
Massa lo
sufrieron.
La puñalada que más le duele a Cristina es la de Alberto Fernández.
No solamente porque fue casi un miembro más del matrimonio político.
También porque desnudó muchas contradicciones el día que dijo, mirando
a
cámara: “Señora Presidenta: no compare más la situación actual con
el
2001. Estamos claramente mejor. Ahora debe compararla con el 2007
cuando
usted recibió el Gobierno. Y estamos mucho peor.”
Eso fue dinamita pura
en el estómago de Cristina. Es una forma elegante
de decirle que está
chocando el barco que le dejó Néstor y que llevaba
a buen puerto. Que
perdió el rumbo. Lo mismo que dicen todos sus ex
ministros. Todos los
indicadores contrastados con el fin del gobierno
de Néstor son a la
baja. La Presidenta recita: “Creamos 5 millones de
puestos de trabajo”,
cosa que es absolutamente cierta. Pero tan cierta
como que hace años que
ese número no crece y en algunos rubros
empieza a retroceder. En el
plano de los empresarios, la Presidenta
también le sacó tarjeta roja a
los socios de Néstor. Los Ezkenazi,
Cirigliano, Mindlin, Hadad y Ulloa
Igor fueron los primeros en la lista.
Dicen que pronto irán por los
Werthein, Brito y Elsztain.
Le cuesta mucho a la Presidenta establecer vínculos afectivos. Casi
no
tiene amigas y siempre despreció las reuniones con asados y fútbol o
el
café en el hotel de Río Gallegos de Néstor. Su estética es otra.
Disfruta
más de la adulación que El; tiene más desconfianza de quienes
la rodean;
es implacable al cubo y se subió a una teoría que Kirchner
rechazaba: el
vanguardismo. Esa patrulla lúcida que tiene la verdad y
pretende conducir
a la sociedad. Esa sobrevaloración generacional que la
lleva a la audacia
lindante con la irresponsabilidad de darle a manejar
la estrategia
energética o toda la macroeconomía a alguien que leyó
muchos libros,
pero que jamás manejó un kiosco ni pagó una quincena a
los
trabajadores.
Ella encubre a Amado Boudou y el matrimonio, en su momento, le soltó
la
mano a Ricardo Jaime. La historia encontrará las explicaciones y
continuará
su rumbo. La herencia política de los Kirchner hablará mucho
de la capacidad
de Cristina por administrarla. El proyecto que los
suceda tal vez sea algo
peor, pero también será su responsabilidad.
Cristina incluso generó algo que Néstor evitó de todas las maneras
posibles:
los cacerolazos. Siempre fue temeroso con esas manifestaciones
y en la
intimidad decía que era lo único que podía voltearlo junto con
el Grupo
Clarín. Por eso gastó millones para subsidiar el consumo y los
servicios
de la clase media. Hace muy poco, Cristina con su blindaje
fomentó que
volvieran los cacerolazos tan temidos como fantasmas del
viejo pasado.
¿Cuál es la verdadera Cristina? ¿La que edifica el culto
de Néstor o la
que lo reducirá a cenizas?
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