LA FAMILIA Y LA SOCIEDAD
Por Juan Domingo Perón
Pese a los embates
de una creciente anarquía de los valores esenciales del hombre y la sociedad
que parece brotar en diferentes partes del mundo, la familia seguirá siendo en
la comunidad nacional por la que debemos luchar, el núcleo primario, la
célula social básica cuya integridad debe ser cuidadosamente resguardada.
Aunque parezca
prescindible reafirmarlo, el matrimonio es la única base posible de
constitución y funcionamiento equilibrado y perdurable de la familia.
La indispensable
legalidad conforme a las leyes nacionales no puede convertirse en requisito
único de armonía. Es preciso que nuestros hombres y mujeres emprendan la
constitución del matrimonio con una insobornable autenticidad, que consiste
en comprenderlo no como un mero contrato jurídico sino como una unión de
carácter trascendente.
Si esto es así,
nuestros ciudadanos no deben asumir la responsabilidad del matrimonio si no
intuyen en profundidad su carácter de misión.
Misión que no sólo
consiste en prolongar la vida en esta tierra, sino en proyectarse hacia la
comunidad en cuyo seno se desenvuelve. Esto implica comprender que, como toda
misión radicalmente verdadera, supera incesantemente el ámbito individual
para insertar a la familia argentina en una dimensión social y espiritual que
deberá justificarla ante la historia de nuestra patria.
Tomando en cuenta
estos aspectos, es conveniente reafirmar la naturaleza de los vínculos que
deben unir a los miembros de la familia.
La unidad de
ideales profundiza el matrimonio, le confiere dignidad ética, contribuye a
robustecer en el hombre y en la mujer la forma de conciencia de la gravedad
de su misión, de su nítida responsabilidad tanto individual como social, histórica
y espiritual.
No cabe duda de que
no siempre existe la posibilidad de comprender, espontáneamente, lo que he
caracterizado como misión. No es posible prescindir, por lo tanto, de un
adecuado proceso formativo que debe definirse crecientemente, y cuya
finalidad consiste no sólo en sentar las bases para una misión verdadera y
duradera, sino en gestar en la pareja la comprensión radical del sentido
último del matrimonio. Este sentido, entendido como misión, se concentra, ya
lo he dicho, en una radical dimensión espiritual y en su verdadera resonancia
histórico-social.
Para que la familia
argentina desempeñe su rol social necesario, sus integrantes deberán tener en
cuenta algunos principios elementales de sus relaciones. Así, estimo que el vínculo
entre padres e hijos debe regirse sobre la base de la patria potestad, no
entendida como un símbolo de dominio, sino como un principio de orientación
fundado en el amor.
El niño necesita de
la protección materna para ayudarlo a identificar su función social y para
ello es lógico que los padres deben usar la gravitación natural que tienen
sobre sus hijos.
Por ese camino se
contribuirá a consolidar la escala de valores que asegurará para el futuro
que de ese niño surja el ciudadano que necesita nuestra comunidad, en lugar
de un sujeto indiferente y ajeno a los problemas de su país.
Es la solidaridad
interna del grupo familiar la que enseña al niño que amar es dar, siendo ese
el punto de partida para que el ciudadano aprenda a dar de si todo lo que sea
posible en bien de la comunidad.
En esto, la mujer
argentina tiene reservado un papel fundamental. Es ella, con su enorme
capacidad de afecto, la que debe continuar asumiendo la enorme
responsabilidad de ser el centro anímico de la familia.
Independientemente
de ello, nuestra aspiración permanente será que en la sociedad argentina cada
familia, tenga derecho a una vida digna, que le asegure todas las
prestaciones vitales. Entonces, habrá que fijar el nivel mínimo de esas
prestaciones para que ninguna familia se encuentre por debajo de él en la
democracia social que deseamos.
El Estado tiene la
obligación especial de adoptar medidas decisivas de protección de la familia
y no puede eludir ese mandato bajo ningún concepto. Olvidar esa exigencia
llevaría a la comunidad a sembrar dentro de ella las semillas que habrán de
destruirla.
No olvidemos que la
familia es, en última instancia, el tránsito espiritual imprescindible entre
lo individual y lo comunitario. Una doble permeabilidad se verifica entre la
familia y la comunidad nacional; por una parte, ésta inserta sus valores e
ideales en el seno familiar; por otra, la familia difunde en la comunidad una
corriente de amor que es el fundamento imprescindible de la justicia social.
Quiero realizar, en fin, una invocación sincera a la familia argentina.
Asistimos, en
nuestro tiempo, a un desolador proceso: la disolución progresiva de los lazos
espirituales entre los hombres. Este catastrófico fenómeno debe su propulsión
a la ideología egotista e individualista, según la cual toda realización es
posible sólo como desarrollo interno de una personalidad clausurada y
enfrentada con otras en la lucha por el poder y el placer.
Quienes así piensan
solo han logrado aislar al hombre del hombre, a la familia de la Nación, a la
Nación del mundo. Han puesto a unos contra otros en la competencia ambiciosa
y la guerra absurda.
Todo este proceso
se funda en una falacia: la de creer que es posible la realización individual
fuera del ámbito de la realización común.
Nosotros, los
argentinos, debemos comprender que todo miembro –particular o grupal- de la
sociedad que deseamos, logrará la consecución de sus aspiraciones en la
medida en que alcancen también su plena realización las posibilidades del
conjunto.
No puede concebirse
a la familia como un núcleo desgajado de la comunidad, con fines ajenos y
hasta contrarios a los que asume la Nación. Ello conduce a la atomización de
un pueblo y al debilitamiento de sus energías espirituales, que lo convierten
en fácil presa de quienes lo amenazan con el sometimiento y la humillación.
A la luz de lo
expuesto, acerca de la familia en la sociedad, sólo puede definirse como
organizada.
Sabemos, por lo
tanto, que la integración del hombre en esa sociedad presupone y concreta esa
básica armonía que es principio rector en nuestra doctrina.
Será, además,
eminentemente nacional y cristiana, tomando plena conciencia de que su
dimensión nacional no sólo no es incompatible con una proyección
universalista, sino que constituye un insoslayable requisito previo.
La sociedad que
deseamos debe ser celosa de su propia dignidad, y esto sólo es posible si
está dotada de una poderosa resonancia ética.
El grado ético
alcanzado en la sociedad imprime el rumbo al progreso del pueblo, crea el
orden y asegura el uso feliz de la libertad. La diferencia que media entre
extraer provechosos resultados de una victoria social o anularla en el
desorden, depende de la profundidad del fundamento moral.
La armonía y la
organización de nuestra comunidad no conspirará contra su carácter dinámico y
creativo. Organización no es sinónimo de cristalizació n. La sociedad que
nuestro Modelo define no será en modo alguno estática. Debe movilizarse a
través de un proceso permanente y creativo, que implique que la versión
definitiva de ese Modelo, solo puede ser conformado por el cuerpo social en
su conjunto.
La autonomía y
madurez de nuestra sociedad deberá evidenciarse, en este caso, en su vocación
de autorregulació n y actualización constante. Y no me cabe duda de que los
argentinos hemos ya iniciado el camino hacia la madurez social, pues tratamos
de definir coincidencias básicas, sin las cuales se diluiría la posibilidad
de actualizar nuestra comunidad.
Estas coincidencias
sociales básicas no excluyen la discusión o aún el conflicto. Pero si
partimos de una base común la discusión se encauza por el camino de la razón
y no de la agresión disolvente.
Nuestra sociedad excluye
terminantemente la posibilidad de fijar o repetir el pasado, pero debe
guardar una relación comprensiva y constructiva con su tradición histórica,
en la medida en que ella encarne valores de vigencia permanente emanados del
proceso creativo de un pueblo que desde tiempo atrás persigue denodadamente
su identidad.
Es evidente que, en definitiva, los valores y principios que permanecerán
como representativos de nuestro pueblo serán asumidos por la sociedad toda o
por una mayoría significativa, relevante y estable, a través de las
instituciones republicanas y democráticas que según nuestros principios
constitucionales rigen y controlan la actividad social.
Por último, la libertad y la igualdad, expresadas en
nuestra Carta Magna, conservarán plenamente su carácter de mandato inapelable
y de incesante fuente de reflexión para todos los argentinos.
Juan Domingo PERÓN
“Modelo Argentino para el Proyecto Nacional” 1974
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