Los fantasmas de la historiografía liberal
MALVINAS, el presente como historia
por Fernando P. Cangiano
En la
edición del 09/12 Página 12 publica una nota firmada por Federico Lorenz, historiador que ya lleva escritos 2 libros sobre Malvinas,
“Fantasmas de Malvinas” y “Malvinas, una guerra argentina”.
En la
nota Lorenz se refiere a la creación del Instituto
Nacional de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego y
menciona el hecho “sintomático” de que en 2 artículos publicados en los días
previos sobre dicho Instituto se aluda a los acontecimientos de 1982 en el Atlántico
Sur.
Con
acierto Lorenz anticipa un recalentamiento del
debate sobre el conflicto bélico en el año venidero, con motivo de celebrarse
tres décadas de la guerra de Malvinas.
Quizás
por esa razón se apresura en su nota a fijar una posición sobre los sucesos
de 1982, delimitándose de lo que denomina en tono despectivo la “concepción
nacionalista sobre el reclamo”. Cabría aclarar, con la sola finalidad de no
sembrar confusión sobre el uso de los términos, que el “nacionalismo” que desagrada
a Lorenz es el nacionalismo argentino (y
latinoamericano), pues el nacionalismo inglés ha desarrollado una concepción
bien diferente sobre el conflicto de Malvinas, que en sus mistificaciones, encubrimientos
y falsedades se parece mucho (y esto no es una chicana sino un dato objetivo)
a la que despliega Lorenz en la nota y en los libros
que ha escrito.
Lorenz analiza críticamente algunos párrafos de un Manual de
reciente aparición para circulación escolar: Malvinas en la historia. Una perspectiva suramericana
(1492-2010). El trabajo fue publicado por la Universidad de Lanús, cuya rectora, Ana Jaramillo, había participado previamente
en la organización del Primer Congreso Latinoamericano “Malvinas, una Causa de
la Patria Grande”, que se llevó a cabo en
septiembre de 2010 en Buenos Aires, con la asistencia de decenas
de historiadores, académicos e intelectuales de diversos países de América
Latina (Chile, Uruguay, Ecuador, Venezuela, Brasil, Bolivia, etc.).
Dice Lorenz que en el Manual se pretende “descontextualizar”
la guerra de Malvinas, al escindirla de la dictadura cívico / militares
que ocupó las islas en 1982.
“Así sus miradas sobre la guerra están inexorablemente
condicionadas por la idea de separar el “hecho político” que “expresa una
aspiración histórica”, de su contexto”.
Pero si
algo se subraya hasta el cansancio, tanto en el Manual como en el Congreso,
es la necesidad de interpretar lo acontecido en 1982 en la historia y no
fuera de ella, mucho más allá de las mezquinas aspiraciones de Galtieri y las cúpulas militares liberal-oligárquicas que
gobernaban el país. Situar la guerra de Malvinas en la historia larga de la
Argentina como una aspiración de legitimidad inapelable, con profusos
antecedentes políticos, diplomáticos, geográficos, culturales y hasta
militares, permite comprender la formidable explosión de euforia
popular que concitó la ocupación, pese a la paradoja de que fue ejecutada por
una dictadura cívico / militar anti-popular, que
durante 6 años de horror había alineado a la Argentina en el campo
occidental, hegemonizado por EEUU e Inglaterra.
Si no
se entiende ese anclaje histórico, no se entiende nada de lo ocurrido en esos
dos meses. No se entiende el masivo apoyo de los países latinoamericanos a la
causa Argentina, y es imposible explicar como hasta en las cárceles de la
dictadura los detenidos políticos se ofrecieron como voluntarios para
combatir al agresor imperialista.
Para
los ex combatientes y los familiares de los caídos es un hecho conocido que desde junio de 1982 uno de los objetivos
primordiales de la propaganda británica (y sus aliados internos) fue,
justamente, disolver ese espíritu anticolonial y latinoamericanista que
despertó en Malvinas. Se inició lo que denominamos un proceso creciente de
“desmalvinización”.
Poco se
ha debatido sobre el significado de esa expresión y sobre las distintas
formas y giros político-culturales que adoptó, pero es bastante claro que no
se limitó al puro silencio u ocultamiento de lo acontecido en las islas. La
“desmalvinización” fue mucho más que eso, fue una operación simbólica sutil y
compleja, bien articulada, que procuró imponer una matriz interpretativa que,
a la manera de una “leyenda negra” o de un conjunto zonceras jaurecheanas, presentó los siguientes núcleos de
construcción de sentido.
1.
Falacias y/o mentiras lisas y llanas sobre lo sucedido en las islas.
Verbigracia, torturas masivas a soldados, cobardía de oficiales y
suboficiales, campo de exterminio, etc.
2. Invisibilización de los crímenes británicos. Ni un
renglón sobre el crímen de guerra contra el Crucero
Belgrano, ordenado por M. Thatcher, y que le costó
la vida a más 300 argentinos. Tampoco sobre los ataques al Buque Hospital y
los bombardeos británicos que provocaron las únicas 3 víctimas kelpers durante la guerra
3. Víctimización de los ex soldados. No fuimos héroes sino
víctimas. Padecimos hambre no por el estricto bloqueo inglés sino por la brutalidad
de los propios argentinos de uniforme, que gozaban con nuestro sufrimiento
(nunca se explicaron las razones de semejante saña)
La
intencionalidad política de este relato innoble e injusto fue apenas
disimulada. Había que recomponer las relaciones dañadas con el Primer Mundo,
dar vuelta la página y reubicar al país en el escenario internacional, eliminar de la conciencia colectiva la
experiencia de habernos enfrentado a uno de los imperios más infames de los
últimos 2 siglos, apoyado por la gran potencia hegemónica. En definitiva,
había que “des-historizar”, por la vía del
empequeñecimiento, lo sucedido entre abril y mayo de 1982.
Se
impuso en toda la línea el “punto de vista del loco”, como acertadamente
señaló Julio Cardozo en su excelente ponencia para
el Congreso mencionado al inicio de esta nota.
Todo
fue obra de un general borracho y, con su destitución, todo debía volver a la
situación anterior. Desaparecieron del relato sobre Malvinas nociones tales
como las de “Héroe”, “Patria”, “América Latina”, “Imperialismo”, “Soberanía”,
“movilización popular contra el agresor”, etc. Su lugar fue ocupado por una
retahíla de significantes
desmovilizadores y derrotistas, tales como “víctima”, “chico de
la guerra”, “locura irresponsable”, “sin sentido”, “aislamiento internacional”,
“reinserción en el mundo”, y últimamente, disparates tales como “plan
sistemático de torturas”, “campo de exterminio”, etc.
La
mayor parte de los ex combatientes y los familiares de los caídos luchamos
desde el comienzo contra esa trama innoble de representaciones que vaciaban
de sentido la sangre de nuestros 1000 muertos Nos resistimos con nuestros
escasos recursos materiales, pero con nuestra poderosas autoridad espiritual,
a una historia que convertía en un absurdo nuestro sacrificio, en vana la
muerte de nuestros compañeros y que pretendía transformar en definitiva una derrota
circunstancial en el campo militar, que debía ser revertida en el campo
político, económico y cultural. Dijimos a quienes nos quisieron escuchar
“Malvinas, yo no me rendí”, “Malvinas, volveremos”
desarmando la identidad de victimas que una Argentina
espiritualmente derrotada pretendía asignarnos.
Como
sucede casi siempre en la historia, y Lorenz debe
saberlo porque es su profesión, las batallas culturales son el anticipo de
las batallas políticas. La “etapa superior” de esa “leyenda negra” fue el programa
neoliberal de los ’90. La rendición en el campo cultural, expresada en la
aceptación del relato “desmalvinizador”, era el prerrequisito
necesario para la completa enajenación nacional en beneficio de las grandes
potencias agresoras en Malvinas y de sus socios. Pocas veces quedó tan en claro cómo la derrota cultural precede a la
política y económica. ¿Cómo podía aceptarse el despojo menemista
sin una previa operación de tergiversación y ocultamiento de las enseñanzas
que dejó Malvinas y del espíritu que la acompañó (lugar de Argentina en el
mundo, soberanía nacional, naturaleza criminal del imperialismo, etc.)?,
¿cómo podía una sociedad imbuida de los valores que reverdecieron en Malvinas
tolerar que nuestras riquezas cayeran en manos de quienes mataron a 1.000
argentinos apenas unos años antes?.
La
conexión íntima entre la construcción del relato histórico y sus efectos
políticos concretos en el presente pocas veces resultó tan transparente como
en los ‘80 y ‘90.
Quizá
en eso resida la feroz virulencia que desencadenó entre los “científicos de
la historia” la auspiciosa creación del Instituto “Manuel Dorrego”.
Hay una intuición profunda en el establishment
cultural anglófilo y europeizante de que la discusión sobre el pasado es
discusión sobre el presente y sobre el futuro. El presente es historia
inconclusa.
Por
último, en su nota Lorenz hace mención al rubor que
sintió la hija del colorado Ramos al ver a su padre visitar Malvinas en pleno
conflicto. Con todo respeto, y como ex combatiente de Malvinas, me permito
decirle a Laura Ramos que no cabe un sentimiento de rubor, sino más bien de
orgullo, cuando su padre escribía por entonces líneas como las que siguen:
“Nuestra guerra
contra el imperialismo mundial replantea con fuerza irresistible todos los
problemas postergados de la Argentina y América Latina. Un acelerado curso de
formación “antiimperialista” se está exhibiendo ante el mundo dictado por los
grandes maestros de la mistificación occidental. La actual generación civil y
militar no olvidará jamás esta lección. Los argentinos del futuro sabrán de
qué modo resuelto la Argentina se elevó por sobre sus antiguos dolores y
crisis internas para dar la batalla a uno de los más pérfidos imperialismos
que la historia ha conocido”.
Ramos,
que además de historiador era un político revolucionario, apostó a un
desenlace latinoamericano del conflicto que resultó fallido.
Luego, en el epílogo de su vida, torció el rumbo, suponemos que influido por
la demoralización y el desánimno
de una década despiadada. Pero sus enseñanzas -y las de tantos otros- nos
sirvieron para darle un marco histórico a nuestro esfuerzo y un sentido
superior a quienes cayeron bajo las balas del imperialismo británico.
Fernando Pablo Cangiano
Ex soldado combatiente de
Malvinas
DNI 14.189.366
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