10 de febrero de 2012
“Sanados por el Señor, proclamemos la fe sin temor, promoviendo al hombre para vivir en la verdad y en el bien”
Evangelio significa Buena Nueva. Jesús es Evangelio del Padre, su Buena Noticia, con su persona, palabra, y su vida entera.
La
necesidad de proclamar la Buena Nueva está urgiendo ya en el Antiguo
Testamento cuando la condición del hombre luce miserable.
El
libro de Job (7,1-4.6-7) deja al desnudo lo que padece el ser humano en
este mundo: “¿no es servidumbre la vida del hombre sobre la tierra?”
Nos acostamos de noche pensando en el amanecer, la noche se hace larga,
los días corren rápidamente y llega a su fin nuestra existencia, y
concluye “recuerdo que mi vida es un soplo y mis ojos no verán más la
felicidad”.
Esta
vivencia dramática de que la existencia temporal “es un soplo”, toca lo
más profundo del corazón del hombre. Percibiendo nuestra orientación
constante hacia la vida eterna, Job calla ante la presencia tan
acuciante del mal y del sufrimiento.
Es
tan consciente el hombre de la precariedad y tedio de la existencia
humana, que las distintas ideologías que buscan acaparar al hombre, le
prometen siempre el paraíso en la tierra, mientras acusan a la Iglesia
de presentar “el espejismo” del paraíso celestial.
En
realidad, la promesa del paraíso en la tierra, no es más que una
ilusión que entretiene y distrae de la verdadera búsqueda del Creador
por parte del hombre.
En
nuestros días experimentamos el permanente llamado de vivir en el
disfrute de las cosas, en todo tiempo y lugar, sin que alcancemos por
ello la verdadera felicidad, porque nunca podremos llegar al “paraíso
original” y terrenal, concluido como está por el ingreso del pecado en
la humanidad toda.
¿Estamos,
pues, condenados al pesimismo, a la angustia de por vida, por no lograr
la felicidad que anhelamos? No. Cristo se presenta entre nosotros como
evangelio, buena nueva liberadora de nuestras limitaciones y heridas.
“Llevaron
a todos los enfermos y endemoniados” (Mc. 1, 29-39)- afirma hoy el
texto evangélico, y sigue, “sanó a muchos enfermos que sufrían de
diversos males” y “expulsó a muchos demonios”. El estado de cosas
vigente en el libro de Job, pues, se repite ante Jesús interpelándolo, y
Él se presenta como médico del alma y del cuerpo.
Viene
a sanarnos del mal del pecado -que ha herido de muerte la vida misma
del hombre-, por medio del perdón y de la misericordia, y con la
sanación del cuerpo, -si bien no promete que esto suceda necesariamente
en todos los tiempos-, nos hace percibir cómo desde la enfermedad y
limitación somos elevados para poder servir al Creador y a los hermanos,
continuando su obra evangelizando, es decir, siendo buena nueva para el
mundo, dando a conocer las maravillas que realiza cada día.
Esta
verdad aparece brevemente en la curación de la suegra de Simón. El
escueto relato está lleno de significación. Muestra la enfermedad,
“tenía fiebre”, y sus consecuencias, “estaba en cama”, la actitud de
Jesús “Él se acercó”, “la tomó de la mano y la hizo levantar”. Tomar de
la mano afirma la cercanía del Señor ante las miserias del hombre
sacándolo de la hondura de las mismas, levantándolo para seguir en esta
vida con una mirada nueva, evocando también la futura resurrección.
Prosigue
el texto recordando “que no tuvo más fiebre, y se puso a servirlos”,
señalando que la curación es una ocasión favorable para continuar
sirviendo a los demás y anunciando la buena nueva salvadora que es
Cristo.
Por eso la evangelización o anuncio de Cristo, se da junto a la promoción del hombre.
El
verdadero anuncio de Cristo como Salvador apunta siempre a rescatar al
hombre de sus miserias y elevarlo a su dignidad como persona.
Si
hermanos nuestros siguen en la miseria, sin trabajo, sin vivienda, sin
salir nunca de la postración, mutilados por las degradaciones más
grandes, sin que se tengan en cuenta sus derechos, es porque Cristo
buena nueva no ha sido proclamado, y si lo fue, no ha significado más
que un bello discurso pero no una verdadera transformación del hombre y
de la sociedad, porque continua vigente el pecado del hombre.
Cuando
en cambio la conversión ha calado hondo por la recepción de la persona
de Cristo y su enseñanza, el creyente tiene iniciativas que miran a la
exaltación de la vida, a la promoción del prójimo en todos los campos de
la existencia, a la proclamación de la justicia, luchando para que cada
uno de nosotros crezca como hijo de Dios.
Cuando
Jesús cura a los enfermos y a los endemoniados no lo hace para que
zafen de esa situación, sino para que se de inicio a algo diferente en
beneficio de los demás dentro de una visión nueva de la fe. El mismo
Cristo prohíbe a los demonios referirse a su persona para que gente no
se acerque a Él como si fuera un milagrero, sino con la actitud de fe de
quien reconoce que es el Hijo de Dios y, por lo tanto, se adhiere a su
persona y vida con la intención de comenzar un cambio auténticamente
cristiano.
En
nuestros días también esto acontece a menudo cuando buscamos lo
prodigioso realizado por sedicentes sanadores, pero sin que esto
implique un cambio en el modo de vivir nuestra fe, que sigue siendo algo
meramente epidérmico.
Esto
nos lleva a considerar aplicándolo a nuestra vida, aquello que afirma
san Pablo hoy (1 Cor. 9,16-19.22-23), “pobre de mí si no evangelizara”.
Preguntémonos si Cristo Buena Nueva ha entrado en nuestro corazón, si
nos ha transformado de tal manera que a su vez lo anunciamos a los demás
con profunda alegría.
Pensando
en esto recuerdo que días pasados en un hospital de la ciudad de
Rosario un grupo de personas rectas se hicieron presentes en apoyo del
equipo de médicos que no se prestaba a la política abortista del
gobierno de la provincia. La intendente, socialista ella, mencionaba la
necesidad de que sean trasladados a otra parte, mientras se buscaba a
otros que se plegaran al homicidio institucionalizado.
A
los honestos que no asesinan chicos se los pretende infamar colocando
sus nombres en una lista de objetores de conciencia, como si esto fuera
un delito, cuando en realidad es un derecho y un deber. En realidad, los
que gobiernan a través de estas políticas siniestras, si están tan
seguros que hacen el bien, deberían hacer una lista de los médicos que
decidan asesinar niños no nacidos traicionando su vocación de salvar
vidas. De esa manera todos sabríamos quiénes son los Herodes de Santa
Fe.
La
Buena Nueva de Cristo es siempre la vida, mientras que la “buena nueva”
de la muerte que presenta la cultura de nuestro tiempo procede siempre
del demonio y de sus fieles seguidores, que desgraciadamente son muchos.
Ante éste y otros desvíos del bien, evangelizar y promover al hombre significa vivir desde nuestra fe católica.
En
efecto, cada vez se hace más urgente que obremos y defendamos nuestros
principios no dejándonos avasallar por quienes buscan imponernos cuanto
desvío y perversidad anda suelta.
No
podemos dejarnos dominar por dos o tres ideólogos del mal que usan el
poder que se les ha confiado para hacer lo que quieren, imponiéndonos lo
que les place avanzando paso a paso ante nuestra indiferencia. De una
vez por todas tenemos que frenarlos y sentarlos de traste, como en estos
días están haciendo los obispos norteamericanos –dándonos un excelente
ejemplo- ante las políticas perversas del presidente Obama. Saber decir
“¡Ustedes no avanzan más en su empeño por destruir la dignidad humana!”
No tengamos miedo, vayamos pensando en que vendrán tiempos cada vez más difíciles para vivir nuestra fe con autenticidad.
Ante
ello, ni protestar por lo bajo sin hacer cosa alguna, ni dejar hacer
vencidos ya de ante mano, sino saber presentar rostro frenando los
avances de los sin Dios y sin Patria que pretenden aplicarnos estilos de
vida contrarios a la razón natural y a la fe.
Como
los malos defienden sus ideas, nosotros mucho más hemos de defender y
proclamar aquello que nutre nuestra vida desde el evangelio, sin
dejarnos captar por las modas que refulgen en los distintos ámbitos de
la vida humana.
Quiera
Dios que como Pablo digamos cada uno de nosotros “¡pobre de mí si no
evangelizara!”, sin quedarnos tranquilos pensando que todo lo resuelve
Dios.
Cada
día vivimos en situaciones contrarias al evangelio. Es allí donde hemos
de decidir seguir a Cristo o borrarnos yendo detrás del montón
encandilados por las falsas promesas de la modernidad.
Pidamos que el Señor nos siga iluminando dándonos la fuerza para seguir sus pasos.
Padre
Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en
Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 5to domingo durante
el año. Ciclo “B”. 05 de febrero de 2012. ribamazza@gmail.com;
http://ricardomazza.blogspot.com
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