“Venciendo al demonio por la conversión, renovemos nuestra filiación
divina”

Es como una revolución mental que se produce en la persona. Hoy día se
utiliza este término para indicar un cambio, no siempre para bien, como
revolución cultural, social o sexual, pero que mira siempre al exterior de
nosotros mismos, permaneciendo el hombre mirando fuera de sí.
En el lenguaje bíblico, metanoia o cambio de mentalidad, mira a la
conversión verdadera, es decir, a mirar con la mirada de Dios lo profundo de nuestro ser, con la voluntad
firme de volver la espalda al pasado pecaminoso que nos agobia para entrar de
lleno en la intimidad de Cristo.
Se trata de una revolución o rebeldía interior ante todo lo que nos
aleja del Señor, para regresar a los orígenes de nuestra identidad creatural,
-ser imágenes y semejanza del Creador-, de la que nos hemos alejado por haber
concedido espacio en nosotros al espíritu del mal.
Estamos llamados entonces a dejar de entretenernos mirando alrededor
nuestro, escapándonos con frecuencia del enfrentarnos con nosotros mismos en la
profundidad de nuestras miserias, para ver desde la fe nuestro interior.
Se nos convoca a considerar cuántas veces hemos desobedecido a Dios,
proclamándonos independientes e indiferentes de Él. La conversión implica en
esta mirada interior caer en la cuenta de cómo estamos ante la perspectiva de
vivir o no en el Reino de gracia que se nos comunica.
Una vez que hayamos reflexionado sobre la gravedad de nuestras miserias,
la conversión significa ponerse en una actitud humilde frente al Salvador,
reconociendo nuestra nada y que fuimos modelados del barro de la tierra.
En esa actitud de humildad y dispuestos a salir de nosotros mismos, a
realizar el éxodo personal, damos el segundo paso que consiste en creer en la
Buena Noticia, en el Evangelio, en Jesús revelación del Padre.
Creer en el evangelio no sólo es escucharlo, leerlo, compartirlo, sino
también vivirlo. En muchas situaciones de conversión, el evangelio nos muestra
el cómo realizar esta transformación interior.
Y así cuando la metanoia de Zaqueo se produce respondiendo a la gracia
del Señor, él se humilla delante de Jesús que quiere visitar su casa, sobre
todo la interior, y se compromete no a dar una limosna al templo para
tranquilizar su conciencia, sino que restituirá con creces lo obtenido
injustamente de sus hermanos, haciendo lo contrario a lo que había sido su vida.
San Pablo mismo, perseguidor de cristianos, al convertirse no sólo deja
de combatir a los creyentes, sino que se entrega con alma y vida a la
evangelización de todos, especialmente de los paganos.
La conversión supone, por tanto, dejar de mirar fuera de nosotros mismos
como buscando culpables de nuestras maldades o juzgando a los demás, para
mirarnos interiormente y decidirnos a una vida nueva de entrega y servicio al
Señor, luego de reconocer humildemente que por la gracia de Dios tendremos
seguro el camino de la salvación, a pesar de nuestras debilidades.
En esta perspectiva de salvación, el libro del Génesis (9, 8-15)
versículos antes del texto de hoy, afirma que Dios se cansó del pecado del
hombre y se arrepintió de haberlo creado. Busca, sin embargo, a causa de sus
promesas, una recreación de la humanidad a través del diluvio, signo del
sacramento del bautismo, que hace realidad la conversión por la muerte al
pecado y el nuevo renacimiento.
Después del diluvio, Dios hace una alianza con el hombre a través de Noé
en la que no se compromete éste, sino que es la misericordia del Creador el
verdadero sustento de la nueva situación humana, ya que Dios no se hace mucha
ilusión de la fidelidad del hombre o de
que éste vaya a decidirse a cambiar sustancialmente en su vida. Será el
bautismo –anticipado en el diluvio- el
camino de la verdadera transformación interior.
La misericordia del Señor está presente después del diluvio y, no sólo
nos asegura que esa gracia está siempre dispuesta para nosotros, sino que
también nos interpela para que de igual manera seamos nosotros misericordiosos,
lo cual nos reclama el alejar de nuestra vida y criterios, al
espíritu del mal.
Las tentaciones de Jesús en el desierto no son meramente un hecho
piadoso que nos hace reflexionar, sino que nos quieren enseñar que para hacer
posible el camino de la conversión o metanoia es necesario vencer al demonio
que busca siempre- como padre de la mentira- engañarnos y esclavizarnos en el
pecado que siempre supone rebeldía contra Dios.
Jesús nos indica con su ejemplo la necesidad de vencer la tentación del
poder, la tentación de la soberbia y la tentación de esclavizarnos por la
sociedad de consumo. El cambio de mentalidad reclama el liberarnos de esos
espejismos de felicidad y poder efímeros, no dejando que nos dominen los
criterios del mundo sino los del evangelio.
La victoria sobre el demonio, además, nos otorga una armonía especial
con los demás seres –habitaba entre fieras, dice el texto- y el poder estar
cerca del Padre –“los ángeles lo servían”-.
Todo esto nos hace ver la importancia de aprovechar el tiempo de
cuaresma para realizar esta transformación interior. No desechar las gracias que
el Señor está dispuesto a otorgarnos generosamente, no sea que lleguemos al
final del tiempo de penitencia para quejarnos como sucede con frecuencia por no
haber avanzado en la vida espiritual.
El apóstol Pedro nos dice en la
segunda lectura (1 Pedro. 3, 18-22) que Jesús en su muerte fue tratado
injustamente para hacernos justos ante el Padre.
De allí que busquemos sin pausa alguna, como pedíamos en la primera
oración de esta misa, el profundizar en el misterio de Cristo para avanzar en
nuestra vida interior imitándolo gozosamente.
Pidamos humildemente esta gracia que ciertamente no se nos negará si
hacemos la posible por recrear nuestra vida cristiana.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan
Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 1er domingo de
Cuaresma. Ciclo “B”. 26 de febrero de 2012. ribamazza@gmail.com;
http://ricardomazza.blogspot.com
Comentarios