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Una diplomacia confusa Por Joaquín Morales Solá | LA NACION

El análisis

Una diplomacia confusa

Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
currió el mismo día en que el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, le marcó duramente a Irán los límites que se le avecinan si persevera en su decisión de contar con armamento nuclear. Un día antes, el presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, un agraviador serial, había atacado verbalmente a Israel, país al que describió "en un callejón sin salida".
En ese contexto, Cristina Kirchner sorprendió ayer cuando aceptó el diálogo bilateral de su gobierno con el régimen teocrático de Irán.
El contexto histórico es peor aún: han pasado 18 años desde el criminal atentado a la AMIA, que dejó 86 muertos, y seis años desde que la justicia argentina pidió la captura internacional de siete funcionarios iraníes acusados de la masacre.
Durante los últimos años la diplomacia kirchnerista ha sido ambivalente y confusa con respecto a Irán. El año pasado, la delegación argentina no se retiró del recinto de la asamblea de la ONU cuando habló Ahmadinejad. En los años anteriores, la representación argentina había abandonado el auditorio, junto con el resto de los países occidentales, para no avalar las injuriosas palabras del líder iraní contra Israel y el pueblo judío. Las naciones occidentales no dejaron de hacerlo nunca, pero la Argentina sí. Ese cambio no se habría producido nunca si no hubiera existido algo más concreto que una propuesta de la presidenta argentina para que un tercer país juzgue a los iraníes. Éste fue el argumento que expuso el gobierno de Cristina Kirchner. Poco creíble.
¿Qué pasó entonces? En su momento, el periodista Pepe Eliaschev publicó en el diario Perfil que había existido una reunión secreta entre el canciller Héctor Timerman y los iraníes. Consignó documentos del gobierno de los ayatollahs que daban cuenta de ese encuentro. El gobierno argentino desmintió la información, pero sus pasos posteriores fueron confirmando de manera implícita aquella noticia. Algunos dirigentes kirchneristas, a su vez, no dejaron nunca de frecuentar a los iraníes y hasta de hacerse cargo de sus turbulentas posiciones internacionales. En un documento público difundido poco antes del anuncio presidencial de ayer, el presidente del bloque de diputados del radicalismo, Ricardo Gil Lavedra, señaló que con Irán "no puede haber discusiones secretas ni acuerdos espurios, alcanzados por debajo de la mesa". Deslizaba así una extendida desconfianza de la dirigencia política sobre los verdaderos tratos con el gobierno iraní.
O existen conversaciones secretas con Teherán o el gobierno argentino es de una conmovedora ingenuidad. La cancillería iraní difundió el año pasado una circular interna en la que fijó su posición sobre el reclamo argentino. Dijo que no creía en la justicia argentina y que jamás entregaría a un iraní en ninguna jurisdicción del mundo. Punto final. Después, pidió abrir el diálogo sobre otros temas bilaterales; ya había cerrado el de la AMIA. La Presidenta no precisó ayer si el pedido de reunión bilateral del canciller iraní contenía la aclaración sobre los temas a tratar. Sólo contó que el miércoles pasado había sucedido ese pedido de reunión. Nada más. Demasiado silencio.
¿Qué es lo que se discute? En 2006, el fiscal general para el caso AMIA, Alberto Nisman, acusó al gobierno iraní y al grupo político-militar Hezbollah del atentado, y pidió la captura internacional de varios jerarcas del régimen de Irán, entre ellos un ex presidente. En 2007, Interpol ratificó las conclusiones de la justicia argentina y emitió circulares rojas para capturar a los fugitivos iraníes. Irán jamás respondió a esos pedidos de la Justicia ni a los del gobierno de los Kirchner, que fueron recurrentes desde 2007. Irán se envolvió en la retórica antisemita: dijo que el gobierno kirchnerista actuaba "bajo presión de grupos sionistas".
El presidente iraní, Ahmadinejad, es el mismo que proclamó la necesidad de destruir el Estado de Israel y que afirmó que el Holocausto no existió. Desde entonces, se ha convertido en un paria en la comunidad internacional. Hace varios años que la diplomacia de muchos y poderosos países del mundo no ha logrado limitar la decisión iraní de avanzar con su proyecto nuclear hasta conseguir armas letales. Anteayer, Ahmadinejad fue despectivo e insultante en sus referencias a Israel delante de periodistas, a pesar de que el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, le había pedido moderación. Ahmadinejad hablará hoy ante la Asamblea General. ¿Qué hará la delegación argentina? Seguramente repetirá el gesto del año pasado. Se quedará a escuchar sus diatribas.
Es cierto que Cristina Kirchner puso énfasis ayer en señalar el déficit de justicia con el mayor atentado que sufrió la comunidad judía desde la sistemática exterminación nazi. También agregó como novedad que cualquier decisión sobre Irán la consultará con los representantes parlamentarios de otros partidos políticos. Ayer, tuvo un adelanto de lo que le dirán esos partidos en el documento de Gil Lavedra: "Cualquier diálogo con Irán debe referirse a la entrega inmediata de los funcionarios iraníes buscados por la justicia argentina", dijo el jefe del bloque opositor. Por otro lado, el juicio en un tercer país, propuesto por la Presidenta, tiene serios obstáculos legales. Sería una cesión de la soberanía argentina, que el Poder Ejecutivo no podría decidir por sí solo.
Irán ocupó la última parte de su discurso. La Presidenta dedicó la primera parte a subrayar su repudio al reciente crimen del embajador norteamericano en Libia, por parte de fanáticos, como respuesta a una supuesta película norteamericana que ofende a Mahoma. Sin embargo, Cristina Kirchner se detuvo y dio varias vueltas sobre los "errores" de las políticas occidentales en Medio Oriente (aludió sin nombrarlo a Estados Unidos) y no dijo nada del fanatismo islámico, para el que ni la vida ni la muerte tienen sentido. Pocas horas antes, Obama se había referido en otros términos al asesinato de su embajador. Objetó la película, pero hizo una encendida defensa de la libertad de expresión. "La gente dice cosas horribles de mí y siempre voy a defender el derecho para que lo haga", proclamó.
Pocas veces Obama y Cristina Kirchner fueron tan distintos como ayer. La visión del mundo y sus conflictos, la interpretación de la economía, la lealtad al principio esencial de la libertad o el significado del poder democrático. Todo entre ellos fue diferente. No es casual, entonces, que la presidenta argentina le haya tendido la mano a uno de los líderes más autoritarios, imprevisibles y ofensivos que puedan encontrarse en este mundo..
Ocurrió el mismo día en que el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, le marcó duramente a Irán los límites que se le avecinan si persevera en su decisión de contar con armamento nuclear. Un día antes, el presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, un agraviador serial, había atacado verbalmente a Israel, país al que describió "en un callejón sin salida".
En ese contexto, Cristina Kirchner sorprendió ayer cuando aceptó el diálogo bilateral de su gobierno con el régimen teocrático de Irán.
El contexto histórico es peor aún: han pasado 18 años desde el criminal atentado a la AMIA, que dejó 86 muertos, y seis años desde que la justicia argentina pidió la captura internacional de siete funcionarios iraníes acusados de la masacre.
Durante los últimos años la diplomacia kirchnerista ha sido ambivalente y confusa con respecto a Irán. El año pasado, la delegación argentina no se retiró del recinto de la asamblea de la ONU cuando habló Ahmadinejad. En los años anteriores, la representación argentina había abandonado el auditorio, junto con el resto de los países occidentales, para no avalar las injuriosas palabras del líder iraní contra Israel y el pueblo judío. Las naciones occidentales no dejaron de hacerlo nunca, pero la Argentina sí. Ese cambio no se habría producido nunca si no hubiera existido algo más concreto que una propuesta de la presidenta argentina para que un tercer país juzgue a los iraníes. Éste fue el argumento que expuso el gobierno de Cristina Kirchner. Poco creíble.
¿Qué pasó entonces? En su momento, el periodista Pepe Eliaschev publicó en el diario Perfil que había existido una reunión secreta entre el canciller Héctor Timerman y los iraníes. Consignó documentos del gobierno de los ayatollahs que daban cuenta de ese encuentro. El gobierno argentino desmintió la información, pero sus pasos posteriores fueron confirmando de manera implícita aquella noticia. Algunos dirigentes kirchneristas, a su vez, no dejaron nunca de frecuentar a los iraníes y hasta de hacerse cargo de sus turbulentas posiciones internacionales. En un documento público difundido poco antes del anuncio presidencial de ayer, el presidente del bloque de diputados del radicalismo, Ricardo Gil Lavedra, señaló que con Irán "no puede haber discusiones secretas ni acuerdos espurios, alcanzados por debajo de la mesa". Deslizaba así una extendida desconfianza de la dirigencia política sobre los verdaderos tratos con el gobierno iraní.
O existen conversaciones secretas con Teherán o el gobierno argentino es de una conmovedora ingenuidad. La cancillería iraní difundió el año pasado una circular interna en la que fijó su posición sobre el reclamo argentino. Dijo que no creía en la justicia argentina y que jamás entregaría a un iraní en ninguna jurisdicción del mundo. Punto final. Después, pidió abrir el diálogo sobre otros temas bilaterales; ya había cerrado el de la AMIA. La Presidenta no precisó ayer si el pedido de reunión bilateral del canciller iraní contenía la aclaración sobre los temas a tratar. Sólo contó que el miércoles pasado había sucedido ese pedido de reunión. Nada más. Demasiado silencio.
¿Qué es lo que se discute? En 2006, el fiscal general para el caso AMIA, Alberto Nisman, acusó al gobierno iraní y al grupo político-militar Hezbollah del atentado, y pidió la captura internacional de varios jerarcas del régimen de Irán, entre ellos un ex presidente. En 2007, Interpol ratificó las conclusiones de la justicia argentina y emitió circulares rojas para capturar a los fugitivos iraníes. Irán jamás respondió a esos pedidos de la Justicia ni a los del gobierno de los Kirchner, que fueron recurrentes desde 2007. Irán se envolvió en la retórica antisemita: dijo que el gobierno kirchnerista actuaba "bajo presión de grupos sionistas".
El presidente iraní, Ahmadinejad, es el mismo que proclamó la necesidad de destruir el Estado de Israel y que afirmó que el Holocausto no existió. Desde entonces, se ha convertido en un paria en la comunidad internacional. Hace varios años que la diplomacia de muchos y poderosos países del mundo no ha logrado limitar la decisión iraní de avanzar con su proyecto nuclear hasta conseguir armas letales. Anteayer, Ahmadinejad fue despectivo e insultante en sus referencias a Israel delante de periodistas, a pesar de que el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, le había pedido moderación. Ahmadinejad hablará hoy ante la Asamblea General. ¿Qué hará la delegación argentina? Seguramente repetirá el gesto del año pasado. Se quedará a escuchar sus diatribas.
Es cierto que Cristina Kirchner puso énfasis ayer en señalar el déficit de justicia con el mayor atentado que sufrió la comunidad judía desde la sistemática exterminación nazi. También agregó como novedad que cualquier decisión sobre Irán la consultará con los representantes parlamentarios de otros partidos políticos. Ayer, tuvo un adelanto de lo que le dirán esos partidos en el documento de Gil Lavedra: "Cualquier diálogo con Irán debe referirse a la entrega inmediata de los funcionarios iraníes buscados por la justicia argentina", dijo el jefe del bloque opositor. Por otro lado, el juicio en un tercer país, propuesto por la Presidenta, tiene serios obstáculos legales. Sería una cesión de la soberanía argentina, que el Poder Ejecutivo no podría decidir por sí solo.
Irán ocupó la última parte de su discurso. La Presidenta dedicó la primera parte a subrayar su repudio al reciente crimen del embajador norteamericano en Libia, por parte de fanáticos, como respuesta a una supuesta película norteamericana que ofende a Mahoma. Sin embargo, Cristina Kirchner se detuvo y dio varias vueltas sobre los "errores" de las políticas occidentales en Medio Oriente (aludió sin nombrarlo a Estados Unidos) y no dijo nada del fanatismo islámico, para el que ni la vida ni la muerte tienen sentido. Pocas horas antes, Obama se había referido en otros términos al asesinato de su embajador. Objetó la película, pero hizo una encendida defensa de la libertad de expresión. "La gente dice cosas horribles de mí y siempre voy a defender el derecho para que lo haga", proclamó.
Pocas veces Obama y Cristina Kirchner fueron tan distintos como ayer. La visión del mundo y sus conflictos, la interpretación de la economía, la lealtad al principio esencial de la libertad o el significado del poder democrático. Todo entre ellos fue diferente. No es casual, entonces, que la presidenta argentina le haya tendido la mano a uno de los líderes más autoritarios, imprevisibles y ofensivos que puedan encontrarse en este mundo..

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