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Organismo lento de reacción si los hay, incluso el Fondo Monetario se cansó de las mentiras estadísticas del Indec. ¿Cuándo las repudiaremos los argentinos?


¿Hasta cuándo la mentira?
Imagen de una protesta contra el FMI, en Lisboa, el pasado 30 de enero. El rol del organismo no produjo beneficios para el país, pero el gobierno kirchnerista siguió vinculado con él. Ahora lo defenestra. Foto: EFE
Sergio Serrichio
serrichio@hotmail.com
La “moción de censura” del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre la calidad de la información que brinda el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), la agencia oficial de información estadística de la Argentina, fue una nueva oportunidad para que el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) despliegue su verborrea nacional-popular-antiimperialista.
Nada más fácil que censurar a semejante censor. El accionar del FMI en la historia argentina reciente, primero en los momentos más favorables de la llamada “convertibilidad”, luego durante la larga recesión iniciada en 1998, después en el colapso del sistema de convertibilidad y por último en los peores momentos de la crisis 2001/2002, fue realmente vergonzoso.
A posteriori, el Fondo no desempeñó ningún rol positivo (ni de ningún tipo) en la recuperación post-convertible, ni en la reestructuración de la deuda pública en default alcanzada en 2005 con la aceptación de casi tres cuartos de los acreedores privados. Menos de un año después de esa primera reestructuración (que en 2010 fue completada por otra, que llevó los niveles de aceptación al 93 %), Néstor Kirchner decidió pagar de una los casi 10.000 millones de dólares de deuda con el Fondo (Brasil había anunciado lo mismo diez días antes), en una operación de alto rédito político interno, pues así el país “se sacaba de encima” al odioso organismo.
Ya entonces, sin embargo, la Argentina no tenía ningún acuerdo vigente con el FMI. No había en juego ninguna “condicionalidad” de política económica. Lo único concreto era el saldo deudor, que la Argentina podía repudiar, cancelar en hasta tres años, a tasas bajas -muy inferiores a las de los bonos que el kirchnerismo colocó durante un par de años al gobierno de Venezuela-, o pagar al contado, como lo hizo.
Relación extraña
Desde entonces, la Argentina mantuvo una relación extraña con el Fondo, pues no permitió la revisión anual de las cuentas públicas que éste hace a todos los países asociados -hayan o no acordado un “programa” con él-, pero siguió participando, a través de su representante en el directorio, de las deliberaciones y decisiones del organismo, los ministros de Economía kirchneristas siguieron asistiendo a las Asambleas anuales y en 2009 el gobierno de CFK incluso “financió” parte de su presupuesto con la porción que le correspondía de una “capitalización” que los principales países accionistas del Fondo habían dispuesto para dotarlo de munición financiera ante la crisis de las hipotecas.
En suma, durante más de siete años, ya liquidada la deuda con el Fondo, el gobierno siguió actuando dentro de él, y hasta lo invitó a enviar una misión técnica especial para asesorar en la elaboración de un “nuevo” índice “nacional” para medir la inflación. La indignación oficial con la “censura” del Fondo es, en suma, una nueva impostura, un gesto más para la tribuna, otra payasada.
Más importante es preguntarse por qué, a más de seis años de haber tomado por asalto el Indec e iniciado una política deliberada y sistemática de mentira y falsificación estadística, el gobierno persiste en ella, pese a que como es obvio- nadie cree en las cifras oficiales.
Sin costo político
Una primera respuesta es que el costo político ha sido bajísimo. El mismo año en que el kirchnerismo inició la política de la mentira de Estado, CFK fue elegida presidenta de la Nación y en 2011 fue reelecta por un margen de ventaja inédito en la historia argentina. Mientras no afectara el nivel de actividad económica y el consumo interno, la mentira parecía no importar demasiado.
Así como importa desentrañar el porqué de la persistencia de la mentira estadística, también vale descartar las falsas causas. No es cierto, por ejemplo, que falsear las cifras de inflación haya servido para “achicar” la deuda pública o “pagarle menos a los acreedores”. El ajuste por inflación de la parte de la deuda reestructurada en pesos se aplica al capital, no a los intereses de la deuda, por lo que en el mejor de los casos- ese beneficio se haría ver recién hacia el final de la próxima década. Además, el 70 por ciento de esa deuda está en manos del propio Estado, por ejemplo, en bonos en poder de la Anses. En todo caso, el perjuicio sería para los futuros jubilados. Esto último apunta también a otra falsedad; la de que la falsía estadística persiste porque reconocerla expondría al país a incontables juicios de los acreedores. Los bonos en pesos ajustables por inflación tienen jurisdicción argentina. Cualquier litigio sería resuelto por jueces tan probos como Norberto Oyarbide.
En verdad, la negación de la inflación, al exagerar las tasas de crecimiento de la economía, ha contribuido a abultar los pagos del llamado “cupón del PBI”. Sólo por ese concepto, la Argentina lleva pagados, desde 2006, más de 10.000 millones de dólares. Los únicos beneficiados no fueron los niños, sino los acreedores.
Mentira funcional
Queda así en pie la más poderosa razón de las ficciones del Indec: son cruciales para el “relato” kirchnerista. Sirvieron para exagerar en hasta dos puntos porcentuales las tasas de crecimiento de los años “buenos” (2007, 2008, 2010, 2011), convirtieron una clara recesión económica (la de 2009) en una “desaceleración” -truco que repetirán las cifras finales de 2012- y acicalaron todos los indicadores derivados de las falsas cifras de inflación. En el bello mundo del IndeK, el poder adquisitivo de los salarios crece a tasas anuales de dos dígitos (por eso, y no por la inflación, más asalariados pagan impuesto a las Ganancias), la pobreza y la indigencia se reducen hasta casi desaparecer y el desempleo es cosa del pasado.
Mientras sirvieron para exagerar tendencias en general favorables (al fin y al cabo, era cierto que la economía y el consumo crecían, que los salarios, aunque limados por la inflación, le ganaban por algunos puntos, y que había más trabajo, aunque la pobreza se hubiera estacionado en niveles superiores al promedio de los años noventa) las mentiras estadísticas fueron negligentemente toleradas. Eran evidencia de la “picardía” kirchneristas, cosa de audaces y ganadores.
Esa etapa parece haber pasado. ¿Será 2013 el año en que también los argentinos repudiemos la mentira como política de Estado?
Mientras no afectara el nivel de actividad económica y el consumo interno, la mentira parecía no importar demasiado.
La indignación oficial con la “censura” del Fondo es una nueva impostura, un gesto más para la tribuna, otra payasada.

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