“En 1976 La Habana me dijo que había llegado a un acuerdo con la junta militar argentina para no denunciarnos en DDHH”
“En 1976 La Habana me dijo que había llegado a un acuerdo con la junta militar argentina para no denunciarnos en DDHH”
Así evoca el ex diplomático cubano Juan Antonio Blanco las instrucciones de su gobierno. Y agrega: “Un guerrillero me comentó que todos los que entrenaban en Cuba morían si ésta tenía buenas relaciones con sus países”
Esta verdadera "bomba" la arroja Juan Antonio Blanco Gil quien integró la delegación cubana ante Naciones Unidas como negociador y como analista y director del Departamento Político del Movimiento de Países No Alineados. El guerrillero al que se refiere era mexicano; pero Blanco Gil dice que, al oír este comentario, le vino "a la mente enseguida la contraofensiva de Firmenich y su grupo", es decir,de Montoneros en los años 1979 y 1980.
En
concreto, en su calidad de diplomático y funcionario cubano, Blanco fue
ejecutor y testigo de la que llama "la entente" entre la Unión
Soviética, Cuba y la Junta militar argentina, de funestas
consecuencias para los argentinos, pero que a los tres regímenes
implicados les representó beneficios tanto políticos como materiales.
La complicidad del castrismo con la dictadura es un hecho conocido,
aunque muchos prefieran, por motivos ideológicos, pretender que no
existió; pero Blanco Gil va más allá, insinuando la posibilidad de una
conspiración para exterminar a los mismos grupos que se decía alentar.
A
mediados de los 90, frustrada la alternativa de una apertura
democrática en su país, para la cual había trabajado activamente, Blanco
Gil salió de Cuba. Residió en Canadá y luego Estados Unidos, donde
dirige la Fundación para los Derechos Humanos en Cuba. De paso por Buenos Aires, invitado por Cadal (Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina), dialogó con Infobae sobre su experiencia como diplomático del régimen y luego como analista del mítico Departamento América, desde donde se ejecutaba la estrategia cubano soviética hacia el subcontinente.
— ¿Cuánto hubo de realidad y cuánto de mito en el respaldo de Cuba a las guerrillas en Latinoamérica en los 70?
—
No hay mito, está documentado. Incluso hay un argentino, Juan Bautista
Yofre, que obtuvo toda la documentación del servicio de inteligencia
checo, y buena parte la publicó en un libro, sobre las operaciones
de los servicios de inteligencia cubana, de traspaso de guerrilleros, de
políticos, etcétera, vía Checoslovaquia, hacia América Latina. Era la
ruta generalmente escogida.
— ¿En qué consistía ese respaldo?
—
Cuba intentaba insertarse en todos los países y establecer una
hegemonía ideológica, política. En ese sentido, no se dedicaba
exclusivamente a los grupos de extrema izquierda; trataba de influir en
el grupo socialdemócrata, en los social-cristianos, incluso en sectores
de la derecha tradicional y empresarial. Cada uno recibía de Cuba algún
tipo de oferta o de colaboración. Por ejemplo, en la época de la
dictadura de Pinochet (1973-90), en Chile había partidos contrarios a
usar la violencia contra el régimen. A esa gente no se la llevaba a un
campo de entrenamiento de guerrilleros, pero se le ofrecía dinero,
posibilidades logísticas, pasajes y viáticos para ir a Naciones Unidas y
hacer lobby. Así, La Habana lograba gratitud de fuerzas muy diversas
por su generosidad. En realidad, el gobierno cubano sabía cuáles serían
sus socios más cercanos y a cuáles estaba tratando de cultivar para
neutralizar eventualmente en un proceso político.
—
Ahora bien, la Unión Soviética había renunciado a promover revoluciones
en otros países y apostaba a la llamada coexistencia pacífica con
Washington y, si bien había conflictos en terceros escenarios, estaba
aceptado que América Latina era terreno de Estados Unidos. ¿Qué buscaba
entonces Cuba?
—
Es importante eso, porque casualmente Fidel Castro durante todo el
tiempo, los años 70, en que se estaba produciendo esa distensión, se
estaban firmando los acuerdos SALT para limitar el armamentismo, hizo
todo lo posible por salirse del esquema. Para Henry Kissinger era muy
importante que Cuba quedara incluida en su arquitectura internacional de
distribución de política de poder pero La Habana era renuente. Los
soviéticos presionaban para persuadir al gobierno cubano de que entrara
en esa normalización. El resultado fue que finalmente comenzó una
conversación con Kissinger y éste fue cediendo a lo que La Habana ponía
como obstáculo, al punto que levantó el embargo a todas las sucursales norteamericanas en terceros países, incluida Argentina,
de donde se compraron importantes cantidades de material de transporte
público. Pero Fidel Castro no quería que se consolidara esa situación.
Hizo varias cosas, la más liviana fue atizar en Naciones Unidas la
campaña por la independencia de Puerto Rico, cosa que siempre producía
gran irritación en Washington. Cuando eso falló, de pronto finalmente
liberó a (Francisco) Caamaño para que desde Cuba entrara en República
Dominicana con una fuerza expedicionaria que había estado entrenando
desde el 64, 65, luego de la invasión norteamericana a ese país. Pero el
grupo fue aniquilado (1973). Entonces, lanzó una expedición militar a
Angola, con el ejército regular cubano, decenas de miles de hombres y
pertrechos, y ya eso era demasiado, Washington no podía pasarlo por
alto, se endureció la posición conservadora en USA e hizo más difícil la
ratificación de los acuerdos SALT en el Congreso. Por lo tanto Fidel
Castro no solamente logró salirse del esquema de distensión sino que
radicalizó las posiciones de la URSS porque todo lo que ésta alcanzaba
quedaba en entredicho.
— ¿Todo eso no lo hizo Fidel en connivencia con la Unión Soviética?
—
Hubo distintas etapas. En los primeros 70, cuando, como usted dice, los
partidos comunistas no estaban de acuerdo con la lucha armada, hubo
bastante tensión, sobre todo en torno a la figura del Che Guevara. Entre
el 75 y el 80 aproximadamente, no fue en connivencia con la Unión
Soviética. Después de eso vuelve, en connivencia con Moscú, la idea de
que hay que apoyar los movimientos de liberación en distintos países.
—
Con Argentina hubo una situación peculiar, distinta al resto de América
Latina, porque Cuba mantuvo el vínculo con Montoneros y otras
guerrillas y al mismo tiempo respaldó abiertamente al régimen de Videla
desde 1976. ¿A qué se debió?
—
A las relaciones de la Unión Soviética con el régimen militar argentino
y Moscú incluyó a Cuba o en ese esquema para llegar a un acuerdo con la
Junta. Yo en esa etapa, y hasta el 84, estaba en Nueva York como
director del Departamento Político No Alineado, por lo tanto, tuve mucho
que ver también con esta cuestión. Estando en Nueva York llegó una
instrucción del gobierno cubano de que se había llegado a un acuerdo de
caballeros con la junta militar argentina para que no nos denunciáramos recíprocamente en la Comisión de Naciones Unidas
que trata los problemas humanitarios y de derechos humanos. Tres
miembros de nuestra misión fuimos a una reunión con un diplomático
argentino, para comunicar esta orientación de La Habana. Debo decirle,
por salvar mi ética, que fue la única reunión que tuve con la
representación argentina y me alegró mucho después saber que era un diplomático de carrera, se llamaba Raúl Ricardes. Me sorprendió que esa persona, que daba imagen de transparencia y decencia, estuviese representando a la Junta.
Era desconcertante ver por un lado a los montoneros entrenándose y, por el otro, estos acuerdos de “caballeros” entre Cuba y la Junta Militar
— Sucede que muchos diplomáticos de carrera siguieron en funciones cuando vino el golpe…
—
Claro. Volviendo al relato, se produce esta entente entre Cuba, Moscú y
la junta militar argentina y le dan alrededor de 4 mil millones de
dólares en créditos a La Habana que los aprovecha para comprar de la
industria argentina y de las corporaciones norteamericanas
todos esos automóviles y demás. Cuando regreso a La Habana, yo tenía un
cierto hálito de ser una especie de gurú de la política estadounidense.
Entonces la gente del Departamento América me pide que me entreviste
con una montonera argentina, María Antonia Berger (*),
a la que le interesaba la cuestión de Estados Unidos. Yo no le
transmití la orientación que había escuchado en Nueva York, pero era
desconcertante ver que, por una parte, estas personas, los montoneros,
estaban entrenándose y, por otra parte, había estos acuerdos de
"caballeros"; siempre me pregunté cuáles eran los caballeros porque no
conocía a ninguno en esa junta.
— ¿Era cuando Montoneros estaba preparando su contraofensiva, en 1979/80?
— La contraofensiva en la que los están esperando.
Esto me recuerda un comentario que me hizo un ex guerrillero mexicano,
que había pasado por Cuba: "Tú sabes una cosa, me dijo, cuando ustedes
tenían buenas relaciones con algún gobierno todos los que se iban a
entrenar allá llegaban al país y morían. Todos los guerrilleros
mexicanos que se entrenaron en Cuba están muertos. Ahora, los que fueron
a entrenarse a Libia o a Corea del Norte están vivos." Y a mí me vino a la mente enseguida la contraofensiva de Firmenich su grupo. Esto
es especulativo, pero me llamó la atención que un ex guerrillero
hubiera llegado a la conclusión de que por las relaciones de La Habana
con el PRI mexicano, Cuba hubiera tenido esa doble cara, de entrenarlos a
ellos por una parte y después resultaba que cada vez que llegaban
fracasaban. Y eso también pasó aquí.
—
¿Cree que los líderes montoneros eran conscientes de esa contradicción
entre la Cuba solidaria con su movimiento y a la vez aliada de la
dictadura?
—
Honradamente no le sabría decir. Pero hay cosas que eran públicas, los
créditos era públicos, la no condena (en la ONU) era evidente. Por
ejemplo, en la Comisión de Derechos Humanos, yo me presentaba cuando se
trataba de Pinochet, de la situación en El Salvador, pero me abstenía
cuando era de la Argentina porque realmente me resultaba repugnante eso
de tener que quedarse callado.
— O sea que en esa etapa Cuba y Argentina se encubrieron mutuamente…
—
Sí, se abstenían o votaban en contra. Además, en Naciones Unidas, más
importante que cómo uno vota es qué capacidad de influencia uno tiene.
No era lo mismo que Cuba simplemente se abstuviese en el voto contra
Argentina a que Cuba hablara con todos aquellos sobre los cuales podía
influir para que hicieran lo mismo.
— Que era todo el Movimiento de Países No Alineados.
— Casi todos, muchos países.
— Usted estuvo después en el llamado "Departamento América", otra estructura mítica del aparato cubano. ¿De qué se trataba?
—
El Departamento América nace en el año 75 cuando se hace el 1er
Congreso formal del Partido Comunista. Se crea un Buró político, una
Secretaría, etcétera, y dentro de ese engranaje había un Departamento de
Relaciones Internacionales que se ocupaba de monitorear y orientar al
Ministerio de Relaciones Exteriores en todo aquello que no fuera el
hemisferio occidental; porque todo lo que tenía que ver con el
hemisferio occidental era competencia del Departamento de América, desde
Canadá hasta la Patagonia. El núcleo inicial de ese Departamento
proviene de la inteligencia. El jefe del Departamento, Manuel Piñeiro Losada,
conocido como Barbarroja, por el color de su barba precisamente, había
sido jefe de inteligencia casi desde el inicio de la revolución [1959].
— Es decir que, aunque era una sección partidaria, actuaba más bien como un grupo de Inteligencia.
—
Sí, tenía además una cultura de inteligencia porque todos provenían de
ahi. Todas las habilidades -o mañas- que traían de la época de la
inteligencia pues las ponían en práctica, pero ahora como funcionarios
del Partido. Pero cuando a mí me invitan a formar parte del
Departamento, en el 83, 84, es porque se ha creado un nuevo grupo, con
personas que ya no provenimos de la inteligencia, sino de la
universidad. Tres de nosotros éramos del Departamento de Filosofía de la
Universidad de La Habana, los que hacíamos la revista Pensamiento crítico
en los años 60. Nos convirtieron en analistas y, como en todas las
instituciones donde conviven dos culturas, había tensiones entre los
operativos y los académicos.
— Imagino que por mucho tiempo usted tendría críticas y reservas, pero ¿en qué momento rompe con el régimen?
—
Como bien dice usted hubo una acumulación de cosas. Yo decidí salir del
gobierno voluntariamente a fines del 91. Mi apuesta era por el
reformismo, pensé que al caer la Unión Soviética era posible retomar el
proyecto nacionalista y democratizar a la sociedad de paso. Fallé.
Evidentemente fue un error.
Seguridad del Estado me tocó la puerta de casa a medianoche y me dijo que yo estaba en contubernio con el enemigo
— Pero fue un error, o una esperanza, de muchísima gente en aquel momento.
— Para un analista fue terrible estar equivocado. Yo era parte de una iniciativa creada en Cuba y existe aún que se llama Centro Félix Varela.
Y ahí, en 1995, se me acercó un enviado del gobierno de Noruega porque
su país quería ensayar con Cuba el mismo experimento que habían hecho
con la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) e Israel en
las llamadas "Conversaciones de Oslo" [1993], que en aquel momento
resultaron fructíferas, aunque después todo fue para atrás. Básicamente
fueron a un fiordo por ahí, se metieron en un castillo y estuvieron
conversando. Yo estuve de acuerdo con la idea e hice una serie de
contactos. En Estados Unidos hablé con una hija de Rockefeller (Peggy)
que tenía una institución llamada Synergos Institute. Porque yo propuse
ver si el gobierno americano estaba dispuesto a mandar de forma no
oficial, bajo paraguas de una ONG, al "fiordo". Si el gobierno de Cuba
accedía, yo prestaba ONG y los encierran ahí, botan la llave, hasta que
se pongan de acuerdo. Me puse en contacto con Richard Nuccio, asesor de Bill Clinton para Cuba y su respuesta fue: "Díganle a Juan Antonio que terrific, magnífico, estamos de acuerdo con la idea, que nos diga cómo proceder". En Cuba hablé con Ricardo Alarcón, que era el presidente de la Asamblea, la idea le parecía buena y entonces le escribí una carta a Roberto Robaina,
el ministro de Relaciones Exteriores, para informarlo de todo. Eso fue
en el verano (boreal) del 95, y un día de noviembre, después de que
Fidel Castro había retornado de Nueva York [de la Asamblea de la ONU],
Seguridad del Estado me tocó la puerta de casa a medianoche y me dijo,
en la jerga policial que usan, que yo estaba en contubernio con el
enemigo. Me sacaron de la cama medio dormido, no sabía de qué me estaban
hablando, hasta que caí en la cuenta. ¿Por qué no nos informó?, me
preguntaban, nos enteramos por la vía operativa. Pero porque ustedes son
policías, les dije, yo informé a Relaciones Exteriores. Al día
siguiente, me llamó la persona encargada de las relaciones
internacionales en el buró político y me ordenó desmantelar el canal de
información. Y en febrero del año 96 Fidel Castro pulverizó con dos Migs
las avionetas civiles y desarmadas de Hermanos al Rescate (**) cuya
ruta él conocía de antemano porque tenía un topo en esa ONG al cual le
ordenaron abortar su misión 24 horas antes y regresar a Cuba para no ser
capturado.
— Fue un acto de guerra deliberado.
—
Un deliberado acto de guerra que impedía el mensaje que me había
mandado Richard Nuccio, me faltó ese detalle muy importante: "Díganle a
Juan Antonio que no se preocupen por la Helms-Burton. –es decir, la ley
del embargo- porque no tiene suficientes votos para pasar al Congreso y,
si los tuviera, Clinton la va a vetar." Todo eso cambió por supuesto
con el ataque de Fidel.
— O sea que Castro necesitaba el bloqueo y la enemistad con Estados Unidos para sostenerse internamente.
—
Lo hizo con Kissinger, lo volvió a hacer en esta ocasión con Clinton.
Lo grave es que en los años 95, 96, Cuba estaba en el llamado "período
especial", había hambruna en todo el país y una epidemia de polineuritis
por falta de vitaminas, y a mí me pareció que lo más canallesco, bajo y
mezquino que podía hacer un jefe de Estado era, por su egoísmo de
mandar el país de forma autoritaria, negarse a cualquier tipo de
normalización de relaciones con Estados Unidos.
—
¿Existe la posibilidad de una apertura real en Cuba? Porque si bien
hubo normalización diplomática con Estados Unidos, y pareciera haber una
mínima apertura a la iniciativa privada económica, políticamente todo
sigue muy cerrado.
—
Todo sigue cerrado políticamente. Y económicamente. Hay aperturas que
generan titulares de prensa pero no cambian la realidad. Por ejemplo, a
fines del año pasado, un gran titular recorrió el mundo: "Cuba duplicará
el año que viene todos los puntos wi-fi elevándolos a 200 no sé
cuánto…" A ver, el condominio donde yo vivo (en Miami) tiene tres
edificios de cuatro plantas cada uno, y cada planta tiene veinte pisos.
Todos tenemos router, por lo tanto todos tenemos un punto de wi-fi. En
mi condominio hay más puntos de wi-fi que todos los que va a tener la
isla de Cuba con 11,5 millones de habitantes, el año que viene. Pero eso
genera un titular, una expectativa, crea un estado de opinión.
—
¿Por qué es tan difícil perforar esa protección que el régimen cubano
todavía tiene en buena parte de la opinión pública internacional? Hay un
mito fundado hace 60 años y parece indestructible. Le estoy haciendo
una pregunta muy difícil…
—
No, es una pregunta muy legítima, muy válida y muy importante. Casi que
todos trabajamos en eso, en poder dar una visión real, objetiva, de qué
cosas nos han sucedido, de dónde viene éste proceso, a dónde va o a
dónde puede ir, etcétera. Yo soy tremendamente escéptico de que vaya a
ninguna parte con Raúl Castro. Como analista, evito los términos
absolutos, "nunca ocurrirá" o "Imposible", siempre me remito a
probabilidades, "menos probable", "más probable", "sumamente probable"…
Aquí creo que el nivel de probabilidad de un cambio importante es
bastante bajo.
Han creado un mito adicional: que Raúl Castro dejará el poder a partir del año que viene
— Mientras esté Castro.
—
Sí, pero ahí voy. Han creado un mito adicional: que Castro ya no va a
estar a partir del año que viene. Que deja el poder porque ya no va a
ser presidente del Consejo de Estado y de Ministros. Es una farsa,
porque ya eso pasó. En Cuba hubo un presidente del Consejo de Estado y
de Ministros durante más de una década que se llamaba Osvaldo Dorticós
Torrado, y todo el mundo sabía que el poder lo tenía Fidel Castro. Lo
llamaban "Presidente cuchara" porque ni pinchaba ni cortaba, no podía
decidir nada. Entonces la idea es poner a una figura que diga alguna
frase amable para tomar distancia y sobre todo porque hay una cláusula
de la Helms-Burton, que dice que no se puede abordar el levantamiento
del embargo mientras los Castro estén en el poder, entonces van a tratar
de vender que lo abandonaron.
(*)
Fue una de las 3 sobrevivientes a los fusilamientos de Trelew (tras la
fuga de presos políticos del penal de Rawson), murió en la
Contraofensiva montonera, en octubre de 1979.
(**) ONG que se dedicaba a rescatar a los cubanos que intentaban dejar la isla por mar
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